Reunión General de las Mujeres Jóvenes, Abril 2010

¡Recuerden quiénes son!

Por Elaine S. Dalton

Presidenta General de las Mujeres Jóvenes

No hay nada más bello que una mujer joven que, como resultado de ser virtuosa, resplandece con la luz del Espíritu, se siente segura de sí misma y es valiente.

Somos hijas de nuestro Padre Celestial; Él nos ama y nosotras lo amamos a Él1. Me siento humilde y agradecida de estar en la presencia de ustedes. El Señor me ha bendecido con un claro entendimiento de quiénes son y la razón por la que están en la tierra en esta época. El Señor las ama y sé que ustedes lo aman a Él; lo veo en su rostro, en su modestia, en su deseo de escoger lo correcto y en su cometido de permanecer virtuosas y puras.
Juntas hemos compartido muchos momentos especiales y espirituales. Hemos expresado nuestro testimonio alrededor de hogueras de campamento, en capillas y en charlas fogoneras. Hemos sido reconfortadas por el fuego de nuestra fe. Hemos escalado montañas y desplegado estandartes dorados —desde Brasil hasta Bountiful— expresando el cometido en lo profundo de nuestro corazón de permanecer virtuosas y de ser siempre dignas de entrar en el templo. Hemos orado, leído el Libro de Mormón y sonreído cada día y, junto con nuestras madres, abuelas y líderes, estamos trabajando en nuestro Progreso Personal. ¡Y apenas comenzamos!
Ésta es una época maravillosa para estar en la tierra y ser una mujer joven. Nuestra visión sigue siendo la misma; es la de ser dignas de hacer y cumplir convenios sagrados y recibir las ordenanzas del templo. ¡Ésa es nuestra meta excepcional! Por lo tanto, seguiremos guiando al mundo en el regreso a la virtud: el regreso a la castidad y a la pureza moral. Seguiremos haciendo todo lo que esté a nuestro alcance por ayudarnos unas a otras a “[permanecer] en lugares santos”2 y a recibir el Espíritu Santo, reconocerlo y confiar en él.

Seguiremos hablando de Cristo y regocijándonos en Cristo, para que cada una de nosotras sepa a qué fuente hemos de acudir para la remisión de nuestros pecados3. Y sí, seguiremos firmes a pesar de las tormentas que rugirán a nuestro alrededor, porque sabemos y testificamos que “…es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, que [debemos] establecer [nuestro] fundamento… un fundamento sobre el cual, si [edificamos], no [caeremos]”4.

El consejo que el Señor le dio a Josué es el que hoy les da a ustedes, la “juventud bendita”5. “…te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas”6. ¡No están solas! Aunque sean las únicas personas miembros de la Iglesia en su escuela o en su grupo de amistades, o incluso en su familia, no están solas. Pueden confiar en la fortaleza del Señor. Como Josué les dijo a los israelitas: “Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros”7. Ése fue el llamado de Josué de regresar a la virtud, y es el mismo que se nos hace hoy. Simplemente no podemos hacer la obra para la que se nos ha reservado y preparado, a menos que tengamos acceso a la fortaleza y la seguridad en nosotras mismas que provienen del vivir una vida virtuosa.
Ustedes son jovencitas de gran fe; trajeron esa fe consigo al venir a la tierra. Alma nos enseña que en los reinos preterrenales ustedes demostraron “fe excepcional y buenas obras”8, y lucharon con fe y testimonio para defender el plan que Dios presentó. Sabían que el plan era bueno y sabían que el Salvador haría lo que dijo que haría, ¡porque lo conocían! Ustedes se pusieron del lado de Él y esperaron ansiosas la oportunidad de venir a la tierra. Sabían lo que se esperaría de ustedes; sabían que sería difícil y, sin embargo, confiaban no sólo en que podrían lograr su misión divina, sino que podrían tener un impacto. Ustedes son “espíritus selectos que fueron reservados para nacer en el cumplimiento de los tiempos, a fin de participar en la colocación de los cimientos de la gran obra de los últimos días, incluso la construcción de templos y la efectuación en ellos de las ordenanzas”9.
Y ahora están aquí para hacer lo que han sido reservadas y preparadas para hacer. Al mirarlas esta noche, ¡me pregunto si así se habrían visto las novias de los jóvenes guerreros de Helamán! Con razón Satanás ha intensificado sus ataques contra la identidad y la virtud de ustedes. Si logra abatirlas, desanimarlas, distraerlas, retrasarlas o incapacitarlas para que no sean dignas de recibir la guía del Espíritu Santo o de entrar en el santo templo del Señor, él gana.
Mujeres jóvenes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ¡recuerden quiénes son! Son elegidas; son hijas de Dios. No pueden ser una generación de mujeres jóvenes que sólo se contenten con “ser parte del grupo”; deben tener el valor de destacar, de levantarse y brillar, para que su luz sea un estandarte a las naciones10. El mundo quiere que ustedes crean que no tienen importancia, que están pasadas de moda y que no están al tanto de lo que ocurre a su alrededor. El mundo las llama con voces incesantes y estridentes a que “vivan la vida”, “prueben todo”, “experimenten y sean felices”. Por el contrario, el Espíritu Santo susurra y el Señor las invita a “andar por las sendas de la virtud”, [desechar] las cosas de este mundo” y “[adherirse] a [sus] convenios”11.
Siempre me ha gustado la historia del hijo del Rey Luis XVI de Francia porque él tenía un conocimiento inquebrantable de su identidad. Cuando era joven, fue secuestrado por hombres perversos que habían destronado a su padre, el rey. Esos hombres sabían que si lograban destruirlo moralmente, no heredaría el trono. Durante seis meses lo sometieron a todas las cosas ruines de la vida y, no obstante, él nunca cedió ante la presión. Eso dejó perplejos a los secuestradores quienes, después de hacer todo lo que pudieron, le preguntaron por qué tenía tal entereza moral. Su respuesta fue sencilla. Dijo: “No puedo hacer lo que me piden, ya que nací para ser rey”12.
Así como el hijo del rey, cada una de ustedes ha heredado una primogenitura real; cada una tiene un patrimonio divino. “Son literalmente hijas reales de nuestro Padre Celestial”13. Cada una de ustedes nació para ser una reina.

Cuando asistía a la Universidad Brigham Young, aprendí lo que realmente significa ser una reina. Se me brindó la singular oportunidad, junto con un pequeño grupo de estudiantes, de conocer al profeta, el presidente David O. McKay. Me dijeron que llevara ropa de domingo y que estuviera lista para viajar temprano a la mañana siguiente a Huntsville, Utah, donde vivía el profeta. Jamás olvidaré la experiencia que tuve. Tan pronto como entramos en la casa, sentí el espíritu que allí reinaba. Nos sentamos en la sala, alrededor del profeta. El presidente McKay llevaba un traje blanco y a su lado estaba sentada su esposa. Nos pidió a cada uno que nos acercáramos y le dijéramos algo de nosotros. Al acercarme, me tendió la mano y sostuvo la mía y, al contarle de mi vida y mi familia, me miró profundamente a los ojos.
Al terminar, se reclinó en la silla, tomó la mano de su esposa y dijo: “Ahora bien, jovencitas, quiero que conozcan a mi reina”. Allí a su lado estaba su esposa, Emma Ray McKay. Aunque no llevaba puesta una corona de diamantes centelleantes, ni estaba sentada en un trono, yo sabía que era en verdad una reina. Su cabello cano era su corona, y sus ojos puros brillaban como joyas. Mientras el presidente y la hermana McKay hablaban en cuanto a su familia y a su vida juntos, sus manos entrelazadas dejaban ver su gran amor. Sus rostros irradiaban alegría. La belleza de ella no se podía comprar, ya que provenía de años de procurar los mejores dones, de obtener una buena educación, de buscar conocimiento tanto por el estudio como por la fe; provenía de años de trabajo arduo, de soportar fielmente las pruebas con optimismo, confianza, fortaleza y valor; provenía de su inquebrantable devoción y fidelidad a su esposo, a su familia y al Señor.
Aquel día otoñal en Huntsville, Utah, se me recordó mi identidad divina y aprendí acerca de lo que ahora llamo la “belleza profunda”, la clase de belleza que brilla de adentro para afuera. Es la clase de belleza que uno no se puede pintar, ni se puede crear quirúrgicamente ni comprar; es la clase de belleza que no se quita al lavarse con agua: es el atractivo espiritual. La belleza profunda emana de la virtud; es la belleza de ser castas y moralmente limpias; es la clase de belleza que se aprecia en los ojos de mujeres virtuosas como sus madres y abuelas; es la belleza que se gana mediante la fe, el arrepentimiento y el honrar los convenios.
El mundo pone mucho énfasis en el atractivo físico y quiere que ustedes crean que deben parecerse a la fugaz modelo de la portada de una revista. El Señor les diría que cada una es singularmente bella. Cuando son virtuosas, castas y moralmente limpias, su belleza interior brilla en sus ojos y en su rostro. Mi abuelo solía decir: “Si vives cerca de Dios y de Su gracia infinita, no tienes que mencionarlo, ya que se refleja en tu rostro”14. Cuando son dignas de la compañía del Espíritu Santo, tienen confianza en sí mismas y su belleza interior resplandece. Así que “…deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios… [y el] Espíritu Santo será tu compañero constante”15.
Se nos ha enseñado que “el don del Espíritu Santo… despierta todas las facultades intelectuales, aumenta, ensancha, expande y purifica todas las pasiones y afectos naturales… Inspira virtud, amabilidad, bondad, ternura, gentileza y caridad; desarrolla la belleza de la persona, de la figura y de los rasgos”16. ¡Ése es un gran secreto de belleza! Es la clase de belleza que observé en la casa de un profeta. Ese día aprendí que la belleza que vi en la hermana McKay era la única belleza que de verdad importa y la única que perdura.
Alma hace una pregunta penetrante que debemos considerar: “¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros?”17.
Recientemente un grupo de mujeres jóvenes visitó mi oficina; al final de la visita, una de ellas confesó, con lágrimas en los ojos: “Nunca había pensado que era bella; siempre me consideré una persona común, pero hoy, al pasar frente al espejo de su oficina, me miré en él ¡y me vi hermosa!” Ella era hermosa porque su rostro brillaba con el Espíritu. Se vio a sí misma como nuestro Padre Celestial la ve; había recibido la imagen de Él en su rostro. Ésa es la “belleza profunda”.
Mujeres jóvenes, mírense en el espejo de la eternidad. ¡Recuerden quiénes son! Véanse a sí mismas como nuestro Padre Celestial las ve. Ustedes son electas; son de noble linaje. No comprometan su patrimonio divino; ustedes nacieron para ser reinas. Vivan de tal manera que sean dignas de entrar en el templo y allí recibir “todo lo que [el] padre tiene”18. Desarrollen la belleza profunda. No hay nada más bello que una mujer joven que, como resultado de ser virtuosa, resplandece con la luz del Espíritu, se siente segura de sí misma y es valiente.
Recuerden que son hijas de nuestro Padre Celestial; Él las ama tanto que envió a Su Hijo para mostrarles la manera de vivir, a fin de que pudieran volver a Él algún día. Les testifico que al acercarse al Salvador, la infinita expiación de Él hace posible que se arrepientan, cambien, sean puras y reciban Su imagen en el rostro. Su Expiación les permitirá ser fuertes y valientes a medida que sigan elevando su estandarte de virtud. Ustedes son de oro; ¡son el estandarte!
Y ahora concluyo con las palabras del Señor a cada una de nosotras, Sus preciadas hijas: “He aquí… eres una dama elegida a quien he llamado”19. “Anda por las sendas de la virtud… [desecha] las cosas [del] mundo… adhiérete a los convenios que has hecho… Guarda mis mandamientos continuamente, y recibirás una corona de justicia”20. De esto doy mi testimonio, en el santo nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Amén.
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Nunca, nunca, nunca se den por vencidas!



Por Mary N. Cook
Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes

¿Qué es lo que el Señor desea que hagan? Quiere que cada una sea una hija de Dios valiente y virtuosa, dedicada a vivir diariamente de tal manera que sea digna de recibir las bendiciones del templo.
El pasado agosto llevamos a algunos de nuestros nietos al monumento nacional Timpanogos Cave, uno de los paseos más populares de Utah. Para llegar a la cueva hay que emprender una extenuante caminata de casi dos kilómetros y medio, pero bien vale la pena el esfuerzo para contemplar las formaciones en espiral de la cueva. Yo estaba segura de que Ruthie, de nueve años, no tendría muchas dificultades, pero me preguntaba si Caroline, de seis, tendría la fortaleza y la resistencia para llegar hasta el final.

Todos estábamos muy entusiasmados por empezar la caminata y, al principio, avanzábamos rápidamente por el sendero pavimentado. Llegamos rápido a la cuarta parte del camino, pero nos llevó más tiempo llegar hasta la mitad. Caroline comenzó a desanimarse. Ruthie iba bien y alentaba a Caroline para que continuara. Aminoramos la marcha para que Caroline pudiera seguirnos el ritmo. De repente, parecía que todo salía mal: se levantó un viento fuerte y el polvo no nos permitía ver. La situación era un tanto inquietante y, como si eso fuera poco, nos encontramos con un letrero que decía: “Víboras de cascabel. No se aparte del sendero. Permanezca en un lugar seguro”.
Seguimos caminando trabajosamente hasta completar las tres cuartas partes del camino, pero todavía nos faltaba la porción más empinada de la montaña. Cansada, asustada y dudando de su capacidad, Caroline se sentó y, entre lágrimas, dijo: “¡Me doy por vencida! ¡No puedo dar un paso más!”.
Nos sentamos y hablamos acerca de qué debíamos hacer. Ideamos un plan: decidimos contar los pasos y ver cómo nos sentíamos después de llegar a cien. Ruthie y yo le aseguramos a Caroline que la ayudaríamos. Nos propusimos buscar algo en el camino que nos hiciera felices y compartir lo que descubriéramos; incluso cantamos algunas canciones de la Primaria.
La situación cambió. Caroline decidió seguir el plan. Los cien pasos convirtieron una tarea que parecía imposible en algo factible. Caroline sabía que la ayudaríamos y, al buscar las cosas buenas que nos rodeaban y entonar canciones, nos sentimos más felices.
¿Alguna vez se han sentido asustadas y desanimadas al enfrentarse con un desafío cuya solución parecía superar su capacidad? ¿Alguna vez han querido darse por vencidas?
Imagínense cómo se habrá sentido Josué, el sucesor del gran profeta Moisés, al saber que tenía que conducir a los hijos de Israel a la tierra prometida. Estoy segura de que hubo momentos en que deseó darse por vencido. Pero el Señor lo reconfortó recordándole tres veces que se esforzara y fuese valiente (véase Josué 1:6–9). Con fe en que Dios estaría con ellos, los hijos de Israel se comprometieron: “…haremos todas las cosas que nos has mandado” (Josué 1:16).
Las Escrituras están llenas de relatos de hombres y mujeres que demostraron gran valor para hacer lo que fuera que el Señor les mandara, aunque la tarea pareciera imposible y aun cuando quizá desearan darse por vencidos.
¿Qué es lo que el Señor desea que hagan? Desea que cada una sea una hija de Dios valiente y virtuosa, dedicada a vivir diariamente de tal manera que sea digna de recibir las bendiciones del templo y de regresar a Él. En el mundo de hoy, eso requerirá valor. Ustedes tienen el plan de salvación que hace que esto sea posible. El albedrío moral, o la capacidad de escoger, es una parte esencial de este plan. Ustedes ya han tomado algunas buenas decisiones: antes de nacer, escogieron venir a la tierra a recibir un cuerpo y ser probadas; tomaron la decisión de bautizarse, que es la primera ordenanza que se requiere en el sendero hacia la vida eterna. Ahora están en la vida terrenal, donde continúan tomando decisiones, aprendiendo y progresando. Otro paso importante del plan es hacer convenios sagrados y recibir las ordenanzas del templo.
A medida que van creciendo, jovencitas, el camino se va haciendo más empinado y tal vez deseen darse por vencidas. La vida se va volviendo más difícil, llena de decisiones y tentaciones a cada paso. Satanás levantará vientos de confusión que pueden causarles dudas en cuanto a si éste es el sendero que desean seguir; quizá se sientan tentadas a tomar otra ruta aunque en ella haya señales de peligro. Tal vez duden de su capacidad y se pregunten, como una joven se preguntó: “¿Es realmente posible mantener la virtud en el mundo actual?”. La respuesta, mis jóvenes amigas, es: “¡Sí!”. Y el consejo que les doy es similar al que dio Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial: ¡Nunca, nunca, nunca se den por vencidas! (véase “Never Give In”, [discurso, Harrow School, Londres, Inglaterra, 29 de octubre de 1941]).

Esto requerirá gran valor, pero ¡ustedes tienen Su plan! ¿Qué cosas las ayudarán a seguir el plan y ser hijas de Dios valientes y virtuosas? Primero, obtengan un testimonio fuerte, paso a paso. Segundo, busquen la ayuda del Padre Celestial, de Jesucristo, de su familia y de otras personas que las apoyarán en su decisión de seguir el plan. Y, por último, lleven una vida digna de la compañía del Espíritu Santo.
Refiriéndose a la importancia de obtener un testimonio fuerte, el presidente Thomas S. Monson prometió a las jovencitas: “Su testimonio, si lo nutren constantemente, las mantendrá a salvo” (“Tengan valor”, Liahona, mayo de 2009, pág. 126).
Su testimonio se fortalece “gradualmente, con las experiencias que tenga[n]. Nadie lo recibe completamente de la noche a la mañana” (Leales a la fe: Una referencia del Evangelio, 2004, pág. 194). Recordarán que, a fin de avanzar en la parte más empinada de la montaña, enfrentamos nuestro objetivo un paso a la vez. Para obtener un testimonio, deben nutrirlo paso a paso. “[Su] testimonio aumentará a medida que tome[n] decisiones de guardar los mandamientos. Al inspirar y fortalecer a los demás, verá[n] que [su] testimonio continuará creciendo”. Al establecer el hábito personal de orar… estudiar las Escrituras, obedecer los mandamientos y servir a los demás, “será[n] bendecid[as] con momentos de inspiración que [fortalecerán su] propio testimonio” (Leales a la fe, pág. 194).
El Progreso Personal es un recurso magnífico para nutrir su testimonio paso a paso. Las experiencias y los proyectos con un valor son pequeños pasos que nutrirán su testimonio de Jesucristo a medida que aprendan Sus enseñanzas y las apliquen con frecuencia en su vida. Ese alimento constante las mantendrá a salvo en el sendero.
Segundo, busquen la ayuda de otras personas que les brinden fortaleza y apoyo. En primer lugar, diríjanse a su Padre Celestial en oración. Son Sus hijas y Él las conoce y las ama; Él escucha y contesta sus oraciones. Infinidad de veces se nos enseña en las Escrituras que debemos “ora[r] siempre” (véase, por ejemplo, D. y C. 90:24). Cuando oren, el Señor estará con ustedes como estuvo con Josué.
Cada una de nosotras necesita la ayuda del Salvador para seguir el plan y regresar a nuestro Padre Celestial. Quizá hayan cometido algunos errores o tomado otro camino. “[Ustedes] puede[n] arrepentir[se] debido a que el Salvador [las] ama y ha dado Su vida por [ustedes]… El sacrificio expiatorio del Salvador ha hecho posible que sea[n] perdonada[s] de [sus] pecados” (véase Mujeres Jóvenes, Progreso Personal, libro, 2009, pág. 71). “Cuanto más pronto se arrepientan, más pronto encontrarán las bendiciones que provienen del perdón” (véase Para la Fortaleza de la Juventud, folleto, 2001, pág. 30).
Tomen la determinación ahora de hacer lo que se requiere para arrepentirse. “Particip[en] dignamente de la Santa Cena cada semana” y… llen[en su] vida de actividades virtuosas que [les] brindarán poder espiritual. Al hacerlo, [se] fortalecerá[n] en [su] habilidad para resistir la tentación, guardar los mandamientos y llegar a ser más como Jesucristo” (Mujeres Jóvenes, Progreso Personal, pág. 71).

También están los profetas de los últimos días en la tierra para ayudarlas. Los profetas hablan para esta época. Interésense en sus palabras; ellos les proporcionarán las señales que las advertirán del peligro y las mantendrán a salvo en el camino. Las señales que son específicamente para ustedes se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud. “Sigue al profeta, lo que él dice manda el Señor” (Canciones para los niños, “Sigue al profeta”, págs. 58–59).
Una de las grandes bendiciones del plan es que estamos organizados en familias. Ustedes tienen padres cuya mayor sabiduría y experiencia las ayudarán a alcanzar su potencial divino. Confíen en ellos. Ellos desean lo mejor para ustedes.
Aprendan de su madre, de sus abuelas y de otras mujeres rectas que tengan un testimonio fuerte. En el plan, la función de la madre es ser educadora. Madres, nadie ama a sus hijas como ustedes las aman. Ustedes son su mejor líder, mentora y ejemplo. Esperamos que acepten la invitación de trabajar con su hija en el Progreso Personal. Al trabajar con el Valor Virtud junto a mi madre, aprendí al igual que ustedes aprenderán que la relación entre ambas se fortalecerá y las dos serán bendecidas por el amor, el apoyo y el aliento de la una a la otra.
Jovencitas, elijan buenos amigos que las apoyen en su decisión correcta de seguir el plan. Como Ruthie, que dio ánimo a Caroline, sabemos que no es poco lo que muchas de ustedes pueden hacer para fortalecerse mutuamente. Después de recibir su “Reconocimiento a la mujer virtuosa”, les tocará a ustedes ser la “hermana mayor”. El trabajar por obtener la “Abejita de Honor” les dará oportunidades de fortalecer a otra jovencita con su buen ejemplo y testimonio al guiarla en su Progreso Personal.
Por último, lleven una vida digna de la compañía del Espíritu Santo. Al ayudar a Caroline a buscar las cosas buenas que nos rodeaban e incluso cantar canciones de la Primaria, invitamos al Espíritu; sentimos amor, gozo y paz, que son los frutos del Espíritu (véase Gálatas 5:22). Necesitarán esa paz y esa seguridad cuando Satanás trate de confundirlas con sus vientos de dudas, cuando estén tentadas a seguir otro sendero o cuando otras personas sean crueles y se burlen de sus creencias.
Permítanme contarles la experiencia de Julie, una jovencita que pudo enfrentar una dificultad al seguir las impresiones del Espíritu Santo. Un día estaba estudiando el Antiguo Testamento y le vino a la mente este pensamiento: “Lee Mateo 5. Lee Mateo 5”. Ella pensó: “¿Por qué habré tenido la idea de leer el Nuevo Testamento?”. Hizo caso a esa impresión y leyó en Mateo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Al día siguiente, tuvo algunas dificultades con sus amigas que fueron crueles y la traicionaron. Al principio, estaba muy enojada, pero luego pensó: “Se me preparó para esto. El Espíritu me inspiró a leer Mateo, y debo amar y orar por mis amigas”. El pequeño paso de leer las Escrituras la preparó para responder de manera cristiana. Por esa experiencia, tuvo la seguridad de que el Señor la conocía y, mediante las impresiones del Espíritu Santo, supo qué debía hacer.
Mis queridas jóvenes, he conocido a muchas de ustedes que, como Julie, no se han dado por vencidas al enfrentar circunstancias difíciles, sino que han decidido seguir el plan. Ruego que, paso a paso, continúen fortaleciendo su testimonio. Busquen la ayuda de nuestro Padre Celestial, de Jesucristo, de los profetas y de otras personas que las apoyarán en su decisión de seguir el plan. Lleven una vida virtuosa que les permita tener la compañía del Espíritu Santo para guiarlas de modo seguro. Les testifico que si hacen estas cosas, el Señor estará con ustedes y podrán permanecer en el sendero que conduce al templo y a la vida eterna. “Esfuér[cense] y s[ean] valiente[s]”, y ¡nunca, nunca, nunca se den por vencidas! En el nombre de Jesucristo. Amén.
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Sé valiente


Por Ann M. Dibb
Segunda Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes
[Las] pautas del libro de Josué se combinarán para brindarnos la más potente fuente de valor y fortaleza que existe: la fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo.
Muchas veces, cuando las Autoridades Generales se dirigen a los hermanos del sacerdocio en la conferencia general, comienzan diciendo que sienten que se están dirigiendo a un “gran ejército” de poderosos líderes del sacerdocio. Esta noche, siento que estoy frente a un “gran ejército” de hijas escogidas de Dios. Ustedes han sido escogidas para ir hacia adelante al lado de esos valientes poseedores del sacerdocio, en rectitud en estos últimos días. Son una vista imponente y hermosa.
Me gustaría comenzar esta tarde con un repaso breve del contexto histórico de nuestro lema, Josué 1:9: “…[esfuérzate y sé] valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas”.
Moisés fue el gran profeta que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, donde habían sido esclavos y habían sido inducidos a adorar a dioses falsos. Después de 40 años de privaciones en el desierto, estaban ya muy cerca de su nuevo hogar, donde serían libres para adorar al Dios verdadero y viviente. Tras la muerte de Moisés, Josué fue llamado por Dios para ser el profeta que finalizaría ese milagroso trayecto.
Josué era un líder de mucha influencia. En el Diccionario Bíblico, en inglés, se lo define como “la clase más alta del guerrero devoto” e indica que su nombre significa “Dios es ayuda” (Diccionario Bíblico en inglés, “Joshua”). Su liderazgo inspirado fue muy necesario, ya que aún había muchos ríos que cruzar y batallas que ganar antes de que pudieran realizar y obtener todo lo que el Señor había prometido a los hijos de Israel.
El Señor sabía que el profeta Josué y los hijos de Israel tendrían que ser muy valientes en esa época. En el primer capítulo del libro de Josué, el Señor le dice varias veces que se esfuerce y que sea valiente. La palabra “valor” se define como “fuerza mental o moral para …perseverar y resistir el peligro, el temor o las dificultades” (Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary, decimoprimera edición, 2003, “courage”, cursiva agregada). Mediante el valor y la obediencia, Josué y los hijos de Israel pudieron entrar a la tierra prometida y hallar felicidad en las bendiciones del Señor.
Josué y los hijos de Israel vivieron hace mucho, mucho tiempo; pero en la actualidad, también nos esforzamos por entrar a una “tierra de promisión”. Nuestra meta máxima es obtener la vida eterna con nuestro Padre Celestial. En el primer capítulo del libro de Josué, encontramos cuatro pautas seguras que nos ayudan a vencer obstáculos, a completar la jornada y a disfrutar las bendiciones del Señor en nuestra “tierra de promisión”.
Primero, en el versículo 5, el Señor le promete a Josué: “…no te dejaré, ni te desampararé”. Podemos encontrar fuerza y valor en esta promesa de que el Señor siempre estará allí para apoyarnos y que nunca nos dejará solos. Se nos enseña que nuestro Padre Celestial conoce y ama a cada uno de Sus hijos. Como una de Sus preciadas hijas, ustedes tienen acceso a Su seguridad y guía mediante el poder de la oración. En Doctrina y Convenios leemos: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones” (D. y C. 112:10).
Creo estas palabras y les prometo que nuestro Padre Celestial sí escucha y responde nuestras oraciones. Sin embargo, a menudo se requiere paciencia cuando estamos “…esperan[do] al Señor” (véase Isaías 40:31). Cuando esperamos, podemos llegar a creer que se nos ha abandonado o que no se han escuchado nuestras oraciones, o posiblemente que no somos dignos de recibir una respuesta. Eso no es verdad. Me encantan las palabras consoladoras del rey David: “Pacientemente esperé a Jehová, y él se inclinó a mí y oyó mi clamor” (Salmo 40:1).
No importa lo que lleguen a afrontar en su jornada personal, la primera pauta que se da en Josué nos recuerda que oremos, seamos pacientes y recordemos la promesa de Dios: “…no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5).
La segunda pauta se encuentra en el versículo 7, donde el Señor le dice a Josué: “…[cuida] de hacer conforme a toda la ley… no te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todas las cosas que emprendas”. El Señor instruye a Josué que obedezca los mandamientos estrictamente, y que no se desvíe del camino del Señor. El presidente Howard W. Hunter enseñó: “Josué sabía que su obediencia traería éxito, y aunque no sabía exactamente cómo lograría ese éxito, ya tenía confianza en que obtendría los resultados. Sin duda las experiencias de los grandes profetas [que se encuentran en las Escrituras] se han registrado [y preservado] para ayudarnos a comprender la importancia de escoger el camino de la obediencia estricta” (“Nuestro compromiso con Dios”, Liahona, enero de 1983, pág. 109).
Hace un mes visité a un grupo de mujeres jóvenes y les pregunté a las de más edad qué consejo darían a una nueva abejita para ayudarle a mantenerse fiel y virtuosa en toda situación en que se encontrase. Una de las jóvenes dijo: “Cuando camines por los pasillos de la escuela, es posible que veas, de reojo, algo que te llame la atención, algo que no parezca estar bien del todo. Quizá sientas curiosidad y quieras mirar, pero mi consejo es éste: No mires. Te prometo que si miras, te arrepentirás. Hazme caso, mira sólo hacia el frente”.
Al escuchar a esta jovencita, supe que estaba escuchando el consejo del Señor a Josué: “…no te apartes de [él] ni a la derecha ni a la izquierda” (véase Josué 1:7), aplicado a una situación cotidiana en estos últimos días. Jovencitas, eviten las tentaciones que las rodean mediante la obediencia estricta a los mandamientos. Miren directamente al frente hacia su meta eterna. La segunda pauta nos recuerda que al hacerlo, estarán protegidas y “prosper[arán] en todas las cosas que emprenda[n]” (Josué 1:7).
El versículo 8 contiene la tercera pauta. En ella, el Señor se refiere al “libro de la ley” y le dice a Josué: “…de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito… y todo te saldrá bien”. El Señor está instruyendo a Josué, y a todos nosotros, que leamos las Escrituras. El estudio diario de las Escrituras, en especial el leer el Libro de Mormón, establece un cimiento firme para que ustedes desarrollen un testimonio de Jesucristo y de Su Evangelio; también invita al Espíritu a su vida. El presidente Harold B. Lee aconsejó: “Si no estamos leyendo a diario las Escrituras, nuestro testimonio está disminuyendo, [y] nuestra espiritualidad no está aumentando en profundidad” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, pág. 73).
Dentro de las páginas de las Escrituras se encuentran innumerables indicaciones, promesas, soluciones y recordatorios que nos ayudarán en nuestra jornada hacia la “tierra de promisión”. La tercera pauta nos indica que leamos las Escrituras y que las meditemos diariamente, a fin de que podamos encontrar prosperidad y éxito.
Después de que el Señor termina de hablar con Josué, éste se dirige a los hijos de Israel. Al final de su discurso, en el versículo 16, los hijos de Israel responden a sus palabras y nos brindan la cuarta pauta. Ellos dicen: “Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos adondequiera que nos mandes”.
Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenemos la oportunidad de hacer el mismo compromiso de seguir a nuestro profeta, al presidente Thomas S. Monson, que nos acompaña esta noche. Por medio de la oración y la confirmación del Espíritu, cada una de nosotras puede obtener un testimonio personal del profeta viviente. Ese testimonio crecerá conforme escuchemos y observemos sus enseñanzas, y tengamos el valor de aplicarlas a nuestra vida.
El escuchar y obedecer el consejo de nuestro profeta, nos permite tener acceso a bendiciones especiales. Escuchen algunas de las promesas proféticas que el presidente Monson nos extendió en la última conferencia general: “Que Dios los bendiga; que la paz que Él ha prometido los acompañe ahora y siempre…” (“Palabras de clausura”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 110). “…nos esperan grandes promesas si somos leales y fieles…” (“Se prudente… a tu alma gobernad”, Liahona; noviembre de 2009, pág. 69). “…invoco las bendiciones del cielo sobre cada uno de ustedes” (Liahona, noviembre de 2009, pág. 110).
Las invito a que escuchen la próxima semana en la conferencia general las instrucciones y las promesas dadas por medio de nuestro Profeta y de los Apóstoles. Luego, apliquen la cuarta pauta al comprometerse a seguir el consejo del profeta y al reafirmar: “haremos todas las cosas que nos [ha] mandado, e iremos adondequiera que nos [mande]” (Josué 1:16).
En este momento, estas cuatro pautas: la oración, la obediencia a los mandamientos de Dios, el estudio diario de las Escrituras, y el compromiso de seguir al Profeta viviente, pueden parecer cosas pequeñas y sencillas. Les recuerdo el pasaje de las Escrituras que se encuentra en Alma: “…he aquí, te digo que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas” (Alma 37:6). Cuando aplicamos en nuestra vida diaria esas cuatro “pequeñas y sencillas” pautas del libro de Josué, éstas se combinarán para brindarnos la más potente fuente de valor y fortaleza que existe: la fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo.
Nuestro Padre Celestial sabe que nuestra jornada personal no es fácil. Cada día nos enfrentamos a situaciones que requieren valor y fortaleza. Un artículo reciente en el diario Church News, me llamó la atención:
“Una maestra de secundaria hace unos meses comenzó su instrucción un día pidiendo a aquellos de sus alumnos que apoyaran un argumento político que se pusieran de pie a un lado del aula, y a los que se opusieran, que se pusieran de pie al otro lado.
“Después de que los alumnos se ubicaron, la maestra adoptó la postura de los que se oponían. Señalando a una joven del lado de los que estaban a favor, la maestra comenzó a atacarla a ella y a los otros compañeros por sus puntos de vista.
“La jovencita, que era una Damita de su barrio, resistió el ataque que criticaba sus creencias.
“[Permaneció] tranquila frente a un ataque público dirigido por alguien que tenía autoridad” (“What youth need”, Church News, 6 de marzo de 2010).
Esta jovencita demostró gran valor en su propio campo de batalla, que ese día resultó ser el aula de su escuela. Dondequiera que se encuentren y sea lo que sea lo que afronten, espero que aprovechen las pautas que se encuentran en el libro de Josué para que puedan confiar en la promesa del Señor: “…[esfuérzate y sé] valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (véase Josué 1:9).
Deseo dejarles mi testimonio de que nuestro Padre Celestial conoce y ama a cada una de ustedes. Si se allegan a Él, ¡no les fallará! Las bendecirá con la fortaleza y el valor que necesiten para completar la jornada de regresó a Él. Estoy agradecida por las Escrituras y por los poderosos ejemplos como el del profeta Josué. Estoy agradecida por el presidente Monson, que se esfuerza por guiarnos a salvo de regreso a nuestro Padre Celestial. Es mi oración que, como los hijos de Israel, entremos a nuestra “tierra de promisión” y encontremos descanso en las bendiciones del Señor. Digo estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.
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Ser felices para siempre



Por el presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia


Nuestro Padre Celestial les ofrece el don más grande de todos, la vida eterna, y la oportunidad e infinita bendición de tener sus propios “felices para siempre”.
Mis queridas jóvenes hermanas alrededor del mundo, me siento agradecido y honrado por estar hoy con ustedes. El presidente Monson y todos los líderes de la Iglesia las aman; oramos por ustedes y nos regocijamos en su fidelidad.

A lo largo de los años, he estado expuesto a muchos idiomas hermosos: cada uno de ellos es fascinante y extraordinario; cada uno tiene su encanto especial; pero sin importar cuán diferentes sean esos idiomas, suelen tener cosas en común. Por ejemplo, en la mayoría de los idiomas existe una frase, tan mágica y prometedora como quizá ninguna otra en el mundo. Esa frase es: “Érase una vez”.
¿No son esas palabras maravillosas para comenzar un relato? “Érase una vez” nos promete algo: un relato de aventura y romance, un relato de príncipes y princesas. Puede incluir historias de valor, esperanza y amor eterno; en muchos de esos relatos, lo agradable vence a lo desagradable, y el bien vence al mal. Pero quizá, más que nada, me gusta cuando llegamos a la última página, miramos las últimas líneas y vemos las encantadoras palabras “y vivieron felices para siempre”.
¿Acaso no es eso lo que todos deseamos: ser los héroes y las heroínas de nuestro propio relato, triunfar sobre la adversidad; experimentar la vida en toda su hermosura; y, finalmente, vivir felices para siempre?
Hoy quiero que presten atención a algo muy significativo, sumamente extraordinario. En la primera página de su libro del Progreso Personal de las Mujeres Jóvenes encontrarán estas palabras: “Eres una hija amada de nuestro Padre Celestial, preparada para venir a la tierra en esta época precisa para un propósito sagrado y glorioso”1.
¡Hermanas, esas palabras son verdaderas! ¡No son el invento de un cuento de hadas! ¿No es extraordinario saber que nuestro Padre Eterno las conoce a ustedes, las escucha, vela por ustedes y las ama con un amor infinito? De hecho, Su amor por ustedes es tan grande que Él les ha concedido esta vida terrenal como un precioso obsequio de “Érase una vez” lleno de su propio y real relato de aventuras, pruebas y oportunidades de grandeza, nobleza, valor y amor; y lo más glorioso de todo: Él les ofrece un don invalorable que supera precio y comprensión. Nuestro Padre Celestial les ofrece el don más grande de todos, la vida eterna, y la oportunidad e infinita bendición de tener sus propios “felices para siempre”.
Pero dicha bendición no viene sin un precio; no se da simplemente porque ustedes la deseen. Viene solamente al entender quiénes son y qué deben llegar a ser a fin de ser dignas de ese don.
Las pruebas son parte de la jornada
Por un momento, piensen en su cuento de hadas preferido. En ese relato, el personaje principal podría ser una princesa o una campesina; podría ser una sirena o una lechera, una soberana o una sirvienta; pero encontrarán una cosa que todas tienen en común: deben vencer la adversidad.
Cenicienta tiene que soportar a sus malvadas madrastra y hermanastras. Se le obliga a pasar largas horas de servidumbre y ridículo.
En “La Bella y la Bestia”, Bella se convierte en cautiva de una bestia de apariencia temible para salvar a su padre. Ella sacrifica su hogar y su familia, todo lo que ella aprecia, con el fin de pasar varios meses en el castillo de la bestia.
En el relato de “Rumpelstiltskin”, un pobre molinero le promete al rey que su hija, al hilar, puede convertir paja en oro. El rey inmediatamente manda buscarla y la encierra en una habitación con una pila de paja y una rueca. Más tarde en el relato, se enfrenta al peligro de perder a su primer hijo a menos que pueda adivinar el nombre de la criatura mágica que la ayudó con esa tarea imposible.
En cada una de esas historias, Cenicienta, Bella y la hija del molinero tienen que sufrir tristeza y pruebas antes de llegar a “ser felices para siempre”. Piensen. ¿Ha habido alguna persona que no haya tenido que pasar por su propio valle oscuro de tentación, pruebas y pesar?
Entre el “Érase una vez” y el “felices para siempre”, todas tenían que experimentar una gran adversidad. ¿Por qué todos debemos experimentar tristeza y tragedia? ¿Por qué no podíamos simplemente vivir con dicha y paz, cada día lleno de maravillas, gozo y amor?
Las Escrituras nos dicen que es preciso que haya una oposición en todas las cosas, ya que sin ella no podríamos diferenciar lo dulce de lo amargo2. ¿Sentiría el que corre maratones el triunfo de terminar la carrera si no hubiera sentido el dolor de las horas al esforzarse más allá de sus límites? ¿Sentiría gozo el pianista al dominar una intrincada sonata sin las minuciosas horas de práctica?
En los relatos, como en la vida, la adversidad nos enseña cosas que no podemos aprender de otro modo. La adversidad ayuda a cultivar una profundidad de carácter que no viene de ninguna otra manera. Nuestro amoroso Padre Celestial nos puso en un mundo lleno de desafíos y pruebas para que, mediante la oposición, aprendamos sabiduría, seamos más fuertes y experimentemos gozo.
Permítanme compartir una experiencia que tuve cuando era adolescente, mientras mi familia asistía a la Iglesia en Fráncfort, Alemania.
Un domingo, los misioneros llevaron a nuestras reuniones a una familia nueva que jamás había visto. Era una madre con dos hermosas hijas. Me pareció que esos misioneros estaban haciendo un muy, muy buen trabajo.
Me llamó particular atención la hija que tenía un bellísimo cabello oscuro y grandes ojos color café; se llamaba Harriet y creo que me enamoré de ella desde el primer momento en que la vi. Lamentablemente, esa hermosa joven no parecía sentir lo mismo por mí. Había muchos jóvenes que deseaban conocerla y empecé a preguntarme si algún día me consideraría algo más que un amigo. Pero no dejé que eso me desalentara. Me las ingenié para estar donde ella estaba. Cuando repartía la Santa Cena, me aseguraba de estar en la posición correcta para que fuera yo quien se la diera a ella.
Cuando teníamos actividades especiales en la capilla, iba en bicicleta hasta la casa de Harriet y tocaba el timbre. Por lo general, contestaba la madre de Harriet; de hecho, abría la ventana de la cocina de su apartamento en el cuarto piso y me preguntaba qué quería. Yo le preguntaba si a Harriet le gustaría que la llevara a la capilla en mi bicicleta; y ella contestaba: “No, ella irá más tarde, pero a mí me encantaría ir contigo a la capilla”. Aunque no era exactamente lo que yo tenía en mente, ¿cómo iba a negarme?

Así que fuimos juntos a la capilla. Tengo que admitir que yo tenía una bicicleta admirable. La madre de Harriet se sentaba en la barra y yo intentaba ser el conductor de bicicleta más elegante sobre las calles de desparejos adoquines.
El tiempo pasaba. Mientras la hermosa Harriet salía con muchos otros jóvenes, parecía que yo nunca tenía ningún progreso con ella.
¿Me sentía desilusionado? Sí.
¿Me daba por vencido? ¡Por supuesto que no!
Es más, al recordarlo me doy cuenta de que no hace ningún mal estar en buenos términos con la madre de la joven de tus sueños.
Años más tarde, cuando ya había terminado mi entrenamiento como piloto de combate de la fuerza aérea, experimenté un milagro moderno con la respuesta de Harriet ante mi cortejo constante. Un día me dijo: “Dieter, has madurado mucho durante los últimos años”.
Después de eso, actué rápido y, pocos meses después, me casé con la mujer que había amado desde la primera vez que la vi. El proceso no había sido fácil: hubo momentos de sufrimiento y desesperación; pero, finalmente, mi felicidad fue total, y todavía lo es, incluso más que antes.
Mis queridas jóvenes hermanas, deben saber que experimentarán sus propias adversidades. Ninguno está exento. Sufrirán, tendrán tentaciones y cometerán errores. Aprenderán por ustedes mismas lo que cada heroína ha aprendido: que, al vencer los desafíos, llega el crecimiento y la fortaleza.
Es cómo reaccionan ante la adversidad, no la adversidad en sí, lo que determina la manera en que su historia se llevará a cabo.
Hay muchas entre ustedes que, aunque son jóvenes, ya han sufrido una medida total de congoja y pesar. Mi corazón está lleno de compasión y amor por ustedes. ¡Cuán preciadas son para la Iglesia! ¡Cuánto las ama el Padre Celestial! Aunque parezca que estén solas, hay ángeles que las cuidan. Aunque quizá sientan que nadie entiende la profundidad de su desesperación, nuestro Salvador Jesucristo entiende. Él sufrió más de lo que aun podemos imaginarnos, y lo hizo por nosotros; lo hizo por ustedes. No están solas.
Si alguna vez sienten que su carga resulta demasiado grande de llevar, eleven su corazón a su Padre Celestial y Él las sostendrá y bendecirá. Él les dice, como le dijo a José Smith: “Tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará”3.
El soportar la adversidad no es lo único que deben hacer para tener una vida feliz. Permítanme repetir que la forma en que reaccionen ante la adversidad y la tentación es un factor crítico que determinará si llegarán o no a su propio “ser felices para siempre”.
Permanezcan leales a lo que saben que es correcto
Hermanas, jóvenes hermanas, amadas jóvenes hermanas, permanezcan leales a lo que saben que es correcto. Dondequiera que hoy miren, encontrarán promesas de felicidad. Los anuncios de las revistas prometen una dicha total con sólo comprar ciertas prendas, champú o maquillaje. En ciertos espectáculos se trata de dar un aire sofisticado a las personas que abrazan la maldad o que ceden a instintos deshonrosos. A menudo se representa a estas mismas personas como modelos de éxito y logro.
En un mundo que muestra lo malo como bueno y lo bueno como malo, a veces es difícil discernir la verdad. En cierto modo, es casi como el dilema de Caperucita Roja: uno no está seguro de si lo que está viendo es una querida abuelita o un peligroso lobo.
Pasé muchos años en la cabina de mando de un avión. Mi tarea consistía en que un avión grande llegara a salvo desde cualquier parte del mundo hasta nuestro destino deseado. Yo sabía con certeza que, si quería ir de Nueva York a Roma, debía volar hacia el este. Si alguien me decía que debía ir hacia el sur, sabía que no había verdad en sus palabras. No confiaría en esa persona porque yo lo sabía por mí mismo. Ninguna dosis de persuasión, ninguna dosis de halagos, el soborno ni las amenazas podían convencerme de que volar hacia el sur me llevaría a mi destino, porque yo lo sabía.
Todos buscamos felicidad y tratamos de encontrar nuestro “ser felices para siempre”. La verdad es que, ¡Dios sabe cómo llegar allí! Y ha creado un mapa para ustedes; Él conoce el camino. Él es el amado Padre Celestial de ustedes, quien procura su bien, su felicidad. Él desea con todo el amor de un Padre perfecto y puro que lleguen a su destino divino. El mapa está a disposición de todos. Da indicaciones explícitas de qué hacer y adónde ir a cualquiera que se esfuerce por venir a Cristo y “ser [testigo] de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”4. Todo lo que tienen que hacer es confiar en su Padre Celestial. Confiar lo suficiente en Él para seguir Su plan.

No obstante, no todos seguirán el mapa. Puede que lo miren. Puede que piensen que es razonable y tal vez hasta que sea verdadero; pero no siguen las direcciones divinas. Muchos creen que cualquier camino los llevará a “ser felices para siempre”. Algunas personas puede que hasta se enojen cuando otras que conocen el camino traten de ayudarlas y explicarles. Suponen que ese consejo es anticuado, irrelevante, fuera de tono con respecto a la vida moderna.
Hermanas, ellas suponen mal.
El Evangelio es el camino hacia el “ser felices para siempre”
Entiendo que, a veces, algunas personas podrían preguntarse por qué asisten a las reuniones de la Iglesia o por qué es tan importante leer las Escrituras regularmente u orar al Padre Celestial a diario. Aquí está mi respuesta: Ustedes hacen esas cosas porque son parte del sendero que Dios tiene para ustedes; y ese sendero las llevará hasta su destino de “ser felices para siempre”.
“Ser felices para siempre” no es algo que encontramos sólo en los cuentos de hadas. ¡Ustedes pueden tenerlo! ¡Está a su disposición! Pero deben seguir el mapa del Padre Celestial.
Hermanas, ¡por favor, abracen el evangelio de Jesucristo! Aprendan a amar a su Padre Celestial con todo su corazón, fuerza y mente. Llenen sus almas de virtud, y amen la bondad. Esfuércense siempre por suscitar lo mejor en ustedes mismas y en los demás.
Aprendan a aceptar los valores de las Mujeres Jóvenes y a ejercitarlos. Vivan las normas de Para la Fortaleza de la Juventud. Estas normas las guiarán y dirigirán hacia el “ser felices para siempre”. Vivir estas normas las preparará para hacer convenios sagrados en el templo y para establecer su propio legado de bondad en sus circunstancias personales. “Permane[zcan] en lugares santos y no se[an] movid[as]”5 a pesar de las tentaciones o las dificultades. Les prometo que las generaciones futuras les agradecerán y alabarán su nombre por su valor y fidelidad durante esta época crucial de su vida.
Mis queridas jóvenes hermanas, a ustedes que defienden la verdad y la rectitud, que buscan la bondad, que han entrado en las aguas del bautismo y andan en los caminos del Señor, nuestro Padre que está en los cielos ha prometido que ustedes “levantarán las alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán”6. “No será[n] engañad[as]”7. Dios las bendecirá y las prosperará8. “Las puertas del infierno no prevalecerán contra [ustedes]; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante [ustedes], y hará sacudir los cielos para [su] bien y para la gloria de su nombre”9.
Hermanas, las amamos. Oramos por ustedes. Sean fuertes y de buen ánimo. Ustedes son en verdad hijas espirituales de la realeza del Dios Todopoderoso. Son princesas, destinadas a ser reinas. Su propio relato maravilloso ya ha comenzado. Su “érase una vez”es ahora.
Como apóstol del Señor Jesucristo, les dejo mi bendición y les prometo que, en la medida en que acepten y vivan los valores y principios del evangelio restaurado de Jesucristo, “estar[án] preparadas para fortalecer el hogar y la familia, hacer convenios sagrados y cumplirlos, recibir las ordenanzas del templo y gozar de las bendiciones de la exaltación”10. Y vendrá el día en que, al llegar a las últimas páginas de su propio y glorioso relato, leerán y experimentarán el cumplimiento de esas benditas y maravillosas palabras: “y vivieron felices para siempre”. De esto testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.